sábado, 8 de octubre de 2011

Jaime Fernández Molano / Cuatro relatos mínimos

Mecedora - (Foto en infinitomisterioso.blogspot.com)

El hombre que se mece
Jaime Fernández Molano

     La siguiente historia, que sucedió en un barrio de Villavicencio hace muchos años, me la refirió un vecino del protagonista. Y dice así:
Lo vio en un cafetín y no lo podía creer. Era Mariño, el tipo que había desaparecido de la faz de la tierra luego de que le violara a su pequeña hija hacía ocho años, tres meses y trece días.
Desde este momento él se convertiría en su sombra clandestina. Dónde vive, con quién habla, qué hace, fueron preguntas que comenzó a resolver con el paso de los días, mientras tejía su plan.
El sábado en la noche tomó su cicla. Llegó hasta la tienda donde Mariño bebía y conversaba plácidamente. Se bajó y esperó a que apurara el último trago de cerveza. Entonces se acercó y le descargó su arma entera.
Volteó la espalda y salió del lugar. Veintitrés cuadras lo separaban de su casa. Tomó la vieja cicla y pedaleó sin afán. Sabía que la policía haría lo suyo. Estaba preparado para la entrega. Llegó a su casa, tomó el maletín en una mano, con lo necesario para estos casos, y esperó sentado en su mecedora dispuesta sobre el andén.
     Hace siete años, dos meses y un día, espera que lleguen a arrestarlo.





El secreto de René
Jaime Fernández Molano
René estaba pálido. Su rostro dibujaba la angustia que significa llevar por dentro una historia truculenta sin contar. Con su mirada, me invitó a ganar el umbral de la puerta de su negocio. Entré.
Con sumo cuidado levantó un trapo con el que cubría su secreto. Y con este, su historia.
      –Hace más de seis meses el tipo me debe el dinero –señaló René, como justificándose. Y como el hombre es carnicero, ni forma de reclamarle en su lugar de trabajo.
     Así que René buscó la forma de ubicarlo en otro lugar, con la suerte de que esa mañana se lo encontró de sopetón en el momento en que parqueaba su moto.
     –Al fin qué. ¿Me va a pagar la plata o no?, le gritó René, a lo que el carnicero –en un tono desesperado– le respondió: –miré, hermano, si tuviera esa plata ya se la habría pagado hace rato para que no me joda más. Y sin más palabras, sacó de su cintura un revólver…
…Pero ahí está lo insólito: lo cogió del cañón y se lo ofreció a René, diciéndole: –Tenga, hermano, máteme si quiere, pero no tengo cómo pagarle.
     René tomó el revólver, apretó la cacha entre su mano derecha, giró el dedo índice sobre el gatillo. Luego, mientras  bajaba el cañón, le dijo: –Cuando me pague, le devuelvo el revólver. Y se llevó el arma.
     Bajo el trapo me muestra el arma, y con ella su secreto.

El Aleph - en Libro andamio

Sembradores de ojos
Jaime Fernández Molano

En el umbral de la puerta abierta de su casa, José recibe –como un ventarrón– la voz fuerte y acentuada de un innegable tono paisa que le dice: –¡Eh, ave María hombre!, que casa tan linda, qué televisor, qué equipo, qué muebles y en qué peligro de robo se encuentran. Para ello hemos traído la solución (saca de una caja de cartón uno de cientos de ojos mágicos que carga allí).

Mientras tanto, un segundo paisa –sin mediar palabra– saca un taladro, le abre un hueco a la puerta y le instala uno de los ojos mágicos que han traído.
José, estupefacto, sólo atina a balbucear –noo hoombre, no haga… eso. Pero ya es tarde. El ojo mágico queda instalado.
El primer paisa sale hacia la calle, mientras el otro cierra la puerta con José adentro y lo invita a ver a través del ojo: –mire, mire y verá.
El primero hace carantoñas desde afuera y dice: –¿me ve, hombre, me ve? –Claro que sí –responde el otro.
–No vale sino 100 mil pesitos, pero usted nos ha caído muy bien, así que vale solo $80 mil.
–No tengo sino veinte mil, dice José. Toman el dinero y se marchan.
Al otro día, José averigua en la ferretería que ese ojo vale solo mil pesos… pero ya es tarde. El pueblo ha quedado inundado de ojos mágicos de 30, 40 y hasta 80 mil pesos, que han pagado por ver instalados en unas puertas que siempre están abiertas, porque allí nunca ha pasado nada.
Siembra de ojitos, con sabor a magia paisa, que a esta hora se estará haciendo en otro pueblo de incautos.



Limas (Serrentis)

La lima de Adriana
Jaime Fernández Molano

     Adriana sintió de repente un leve apretón del vecino de viaje en el apretujado bus urbano.

En principio no sospechó de ese hombre bien vestido y perfumado, pero luego reaccionó y se pudo percatar que el dinero que llevaba en la cartera había desaparecido. Se aterrorizó.
Fue entonces cuando decidió de manera inmediata tomar una medida drástica, pues ese dinero era para pagar dos meses atrasados de arriendo. El asunto era de vida o muerte.
No lo dudó un segundo. Sacó del bolso su única arma: una lima metálica para las uñas. La apretó con toda su fuerza contra un costado del hombre y le dijo con furia: –entrégueme el dinero ya, ¡pero ya, desgraciado!, a lo cual el hombre estremecido por la sorpresa sacó el fajo de billetes de su bolsillo y se lo entregó.
Inmediatamente Adriana alcanzó la puerta y salió despedida del bus. Miró hacia todos lados y corrió, corrió con locura. Logró llegar luego al banco para consignar el dinero y se percató que había mucho más del que le habían hurtado. Pensó: ‘el tipo ya había robado a más personas’.
Regresó a su casa y sobrevino la sorpresa: el dinero del arriendo reposaba olvidado sobre la mesa de noche.
Ya nada podía hacer para remediar el asunto. Desde entonces, la imagen del rostro atónito de aquel hombre en el bus, no deja de perseguirla.